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sábado, 7 de agosto de 2010

MI PARCA COSECHA

A finales de octubre y principios de otoño,
en un pueblo extremeño, yo inicié el primer llanto;
campesina familia con tan sólo un retoño
que creció con ternura, con esmero y encanto.

Aprendí desde niño por los pardos rastrojos
la lección de entereza de la agria agricultura
con dura disciplina de cardos y de abrojos
e inviernos y veranos de extrema dictadura.

Por paterno deseo, me pasé a otro cultivo,
la cultura de espíritu que nos lleva hacia arriba,
no por vana arrogancia ni estéril atractivo,
por docentes fervores e inquietud creativa.

El amor, viento loco, me arrancó de mi tierra
en mis años mociles hacia sitios extraños;
fue tan hondo el desgarro que su herida no cierra
y rezuma añoranzas, angustias, desengaños...

Después de soledades, de ausencias, de zozobras,
de sudores mentales y de esfuerzos prolijos,
mi cosecha es tan parca que son mis pobres obras
unos cuantos de árboles, tres libros y dos hijos.

Yo planté algunos árboles en mi pueblo en consuelo
de sentir más arraigo con sus hondas raíces,
por transplante de plantas de mis pies a otro suelo
cuyo extraño contacto las hacía infelices.

Y sembré en mis tres libros mis más caros recuerdos,
sin afanes de fama, de infecunda arrogancia;
sólo quise apartarlos de garras y de muerdos
del lobo del olvido, que acechaba a distancia.

Unos ojos muy claros y un pelo muy negro
en mi entraña prendieron el impulso paterno;
nuestro férvido amor tuvo sed de futuro
y dos frutos filiales nos dio el seno materno.

En mi tierra adoptiva, trabajo en la docencia,
con una vida austera, sin fiestas y sin fastos;
por un sentido ético, desprecio la apariencia
y, con sal del salario, me sufrago mis gastos.

Por honrado, por noble, por ser un bien nacido,
que sabe dar las gracias a quien le dio su mano,
a la fiel Cataluña me siento agradecido
y a cada hijo de ella lo miro como hermano.

Mas la ingrata distancia me aparta de mi gente,
tal un desierto inhóspito de estériles arenas,
me aleja de mi tierra, me agosta la corriente
de la savia de encina que corre por mis venas.

Con continuas visitas, me sedo las heridas;
con cultivo de versos, mis raíces me riego;
se me gastan las manos de tantas despedidas;
de tanto escribir versos, me estoy quedando ciego.

Me siento insatisfecho de mi escasa cosecha
y, por ello, prosigo mi trabajo a destajo,
con amor, con entrega, sin horario, sin fecha,
porque pasan los años...y no existe un atajo.

Procuro en mi trabajo pagar lo que recibo,
en un justo equilibrio de fiel de la balanza,
mas doy una propina... los versos que os escribo,
de forma generosa, sin cargo ni fianza.

Nada espero de nadie; ni me deben ni debo;
por hombre de provecho, cumplí con mis deberes;
me siento bien pagado con la vida que llevo
y el placer de ser útil a millares de seres.

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